Un
wine bar, calle Arístides Villanueva. Veintidós horas de una noche de abril.
Dos
copas de vino, malbec joven, temperatura ambiente. Vino de uvas tintas, de
Mendoza. “Purpúreo. De sugestivo sabor.
Cálido, suave y con taninos dulces. En la boca evoca sabor a mermelada de
ciruela, dulce de guinda, chocolate, frutas secas y vainilla” indica la
etiqueta. Pero al final deja un sabor ácido, amargo, como la vida.
Hay
poca concurrencia en el local, quizás por la hora, por el día, por el clima, porque
la escena requiere alguna intimidad.
La
mesa está alejada de la barra. Es negra.
Las
copas son de cristal, con dos hojas de parra pulidas, poseen un cáliz espacioso,
un tallo largo y una base ancha. El tallo sirve para que, al tomar las copas de
allí, el calor de sus manos no modifique la temperatura del vino, para que no
lo caliente.
Él
está pálido, la copa en su mano padece un temblor regular, bebe un trago corto,
lo degusta en su boca antes de ingerirlo.
Ella
refleja un gesto adusto, de impaciencia y hastío, ase la copa de la base del
cáliz, bebe un trago largo, sin rodeos, la abandona a su suerte en la mesa.
Las
miradas se cruzan y se fijan, profundas, sostenidas.
El
mutismo los invade, todo se lo han dicho en un pasado próximo, se conocen con
amplitud.
Saben
que se amaron, que la felicidad los acompañó intermitentemente, que los
abandonó.
El
mismo malbec que fue prodigio en taninos dulces, hoy es amargo.
El
mismo vino que fue punto de partida, hoy es su despedida.
La
noche es clara, él sale del bar, camina lentamente, enciende un cigarrillo, una
frase de Borges que dice “Ya no es mágico
el mundo. Te han dejado”, lo visita insistentemente, no recuerda el título
del poema, que es una cifra y francamente los duendes del vino no lo ayudan.
Ella
pide un taxi, desde la puerta del bar, aguarda brevemente y parte. Tiene la
certeza que no lo verá nunca más, pero no duda, no sufre, un sentimiento
parecido a una tenue melancolía la acompaña en el viaje en taxi.
La
mesa del bar está desocupada, aún persiste la botella de vino, vacía, y las dos
copas, como esperando, que se rompa esa ausencia. Pero no sucederá.
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